Un equipo multidisciplinar de investigadores, entre los que se encuentran miembros de la Universidad de Murcia, explica por qué los carnívoros silvestres evitan el consumo del cadáver de otro mamífero carnívoro, especialmente si es de su misma especie, debido a una estrategia evolutiva que intenta minimizar el riesgo de transmisión de agentes infectocontagiosos.
Esta investigación, liderada por la Universidad de Granada y publicada en la revista Journal of Animal Ecology, da base científica al refrán perro no come perro (canis caninam non est) propio de la antigua Roma, y que significaba que los miembros del mismo gremio debían evitar conflictos entre ellos. Esta expresión latina parece haberse originado a partir de observaciones empíricas sobre la aversión de los animales carnívoros a comer cadáveres de otros depredadores.
El estudio muestra que los mamíferos carroñeros evitan el consumo de otras especies similares. Según explica Carlos Martínez-Carrasco Pleite, profesor de la Universidad de Murcia participante en el proyecto, esta investigación es novedosa, entre otras cosas, por las herramientas empleadas. "Por primera vez se ha utilizado el fototrampeo para estudiar los aspectos epidemiológicos relacionados con la transmisión trófica de agentes contagiosos en la fauna silvestre. Este instrumento se emplea mucho más en el ámbito de la Ecología que en el de la Veterinaria, pero nuestro estudio demuestra que es una herramienta que abre excelentes posibilidades para futuros estudios epidemiológicos en el campo de la ecopatología", comenta el investigador.
Los resultados del estudio indican que "estos carnívoros presentan baja tendencia al consumo de otros mamíferos carroñeros para disminuir el riesgo de adquirir parásitos específicos cuya transmisión es por vía trófica", comenta el Dr. Martínez-Carrasco. El grupo de investigadores ha comprobado que, para un animal carnívoro, como un zorro o una garduña, el consumo del cadáver de otro carnívoro, especialmente si es de su misma especie, incrementa la probabilidad de contraer patógenos que podrían hacer peligrar su vida, como ocurre con el virulento kuru, que acabó en la década de los 50 con muchos nativos de Papúa Nueva Guinea, que practicaban rituales de canibalismo.
Para llevar a cabo este trabajo, el grupo de investigación estudió durante los meses de invierno, entre los años 2005 y 2016, 89 cadáveres de animales carnívoros y herbívoros en el Parque de Sierra Espuña y en el Parque de Cazorla. Las carroñas fueron monitorizadas mediante cámaras automáticas que se disparan al detectar movimiento, lo que permitió registrar las especies de mamíferos que las consumieron. Asimismo, se realizó un experimento de campo en el que se dispusieron trozos de carne de carnívoro y herbívoro, aparentemente idénticos, en distintas zonas de Sierra Espuña para comprobar si los animales carnívoros pueden 'oler el riesgo'. Por otra parte, se realizó un modelo matemático para simular la estrategia evolutiva de los mamíferos carroñeros sometidos al riesgo de adquisición de agentes parasitarios.
En este trabajo colaboran también la Universidad Miguel Hernández (Elche) y la Universidad de Berkeley (California). Este estudio es el resultado de la colaboración que se inició hace dos años, y que se amplía no solo al área investigadora sino también docente, puesto que varios de los coautores de este artículo participan en el Máster de Gestión de la Fauna Silvestre, que se imparte en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Murcia.
Según detalla Marcos Moleón Paiz, investigador de la Universidad de Granada, esta investigación se originó a través de una serie de dudas como "si los gustos cambian según la cultura y el individuo, ¿deberían el resto de animales comportarse de manera diferente? ¿Podría un animal carroñero, el paradigma del oportunismo, ser selectivo a la hora de decidir qué tipo de carroña comer o no comer?"